lunes, 6 de abril de 2015

Neoliberalismo, una evaluación desde la perspectiva evangélica

Floriano Ramos Esponda

Última parte de un trabajo más extenso.

Lic. Floriano Ramos Esponda
SETECA -1999
Ética Social del Antiguo Testamento - Materia de postgrado

La determinación primera, absoluta y universal de Dios sobre los seres humanos, consiste en haberlos creado para estar en comunión con Él y formar parte de su familia.  Si esto es así, como creemos, entonces el mercado no puede ser la forma englobante de la realidad histórica.  En él sólo existen entes privados, siendo el vender y el comprar el único lazo reconocido, o más ampliamente el intercambio, cuyo único móvil es la conveniencia del propio sujeto.  Según Trigo, “es imposible que tal comunión de hermandad acontezca si la lógica del mercado determina las relaciones del cuerpo social, ya que lo que tenemos en común no puede consistir primordialmente en estar expuesto en el mercado”[1]

Un aspecto innegable es que para la figura histórica vigente (economía de mercado, sociedad de consumo, y más) nada hay que resulte más necio y escandaloso que “el privilegio o derecho de los pobres”.  Según la lógica de mercado, “no tienen por qué quejarse, ya que no aportan, y por eso no se les aporta.  No tienen para comprar, porque no tienen nada que ofrecer”.[2]  El único consejo que les ofrece el mercado es que se capaciten y sigan luchando, como si la solución estuviera sólo en ellos. 

Sin embargo, los pobres no escogieron nacer así.  Son muchos los factores que han conducido a esta situación de pobreza que impera en el mundo.  Pero, según la economía de mercado, ellos no tienen ningún derecho especial; más bien habría que decir que, como aportan menos, tienen menos derechos.

Decir, “esto es fruto de mi trabajo y esfuerzo, y no me importa si otro carece de lo mínimo indispensable para satisfacer sus necesidades mientras yo acumulo objetos y satisfactores triviales” es actuar con irresponsabilidad.  Lo mismo puede decirse de aquellos que buscan hacer el mayor número de transacciones, y hacerlas en las condiciones más ventajosas posibles, dejando fuera del enfoque de sus conciencias la condición en que se encuentran los menos afortunados, quienes muchas veces se convierten en las víctimas del sistema. De manera muy fuerte Trigo dice “prescindir del resultado de las propias acciones es un acto de irresponsabilidad histórica equivalente al asesinato”.[3]  La pregunta de Caín “¿soy yo, acaso, guarda de mi hermano?” (Gn. 4:9) es la pregunta de un asesino, de alguien que, por haber borrado a su hermano del corazón, lo puede borrar también impunemente del mapa.

No es correcto ver sólo un lado de la moneda.  Como creyentes evangélicos debemos ser sabios y no caer en una condenación simplista del neoliberalismo a favor de una rectoría del Estado.  Si bien es cierto que los resultados no son equitativos para toda la población y que la brecha entre los ricos y los pobres crece cada vez más, no debemos olvidar la historia de nuestros países, la historia misma del cristianismo protestante en América Latina y las enseñanzas que de ellas pueden sacarse.  Por ejemplo, los conservadores del siglo XIX en México, dentro de los cuales estaba el clero de la Iglesia Católica Romana, defendieron la idea de un Estado más fuerte, más centralista, más interventor en la economía y en la vida de los individuos.  Esos conservadores emplearían hoy el insulto “neoliberal” para referirse a Benito Juárez (presidente liberal mexicano 1861-1867) y sus correligionarios.[4]  Debido a esto es que los evangélicos no podemos ser inconsecuentes con la historia, agradeciendo por un lado a liberales que en el siglo pasado permitieron la entrada de los misioneros protestantes, y satanizando, como los teólogos de la liberación hacen, al liberalismo de hoy.  Esto no quiere decir que debamos aceptarlo a “pie juntillas”, pero sí que debiéramos ser más cautelosos al evaluar y emitir el juicio final sobre esta ideología. 

Interesante es la comparación que Elsa Tamez, teóloga de la liberación latinoamericana, hace del concepto de la libertad, tal como la ve el neoliberalismo y como la aprecia el apóstol Pablo.  En lo que toca al neoliberalismo, toma como fundamento los conceptos de Friedrich A. Hayek, y en cuanto a Pablo, toma su concepto de libertad en la epístola a los Gálatas.[5]

Las diferencias más notorias pueden ser éstas.  El ser libre, según el neoliberalismo, es aquel que ejerce su libertad de acuerdo a sus intereses y objetivos propios, empleando su propio conocimiento personal, todo independientemente de la voluntad de un tercero.  Cualquier ley expresada fuera de la voluntad del sujeto actuante que intente guiarlo a cualquier fin es una interferencia que debe ser rechazada, pues no corresponde a sus propios fines, sino a terceros.

            Para Pablo el evento de la liberación es causado por un tercero (Dios o Cristo), y el ser libre tiene la libertad de escoger entre mantenerse en esa libertad o someterse nuevamente al yugo de la esclavitud.  La plataforma necesaria para el evento de la liberación es la gracia de Dios, manifestada históricamente en el evento cristológico.  De manera que para Pablo la libertad es un don que Dios otorga gratuitamente, según su misericordia y fidelidad a sus criaturas.[6]

La globalización no es algo propio solamente de la sociedad no creyente. Desgraciadamente ha entrado a las iglesias evangélicas.  Estas no han quedado al margen, sino que se aprecia el impacto que tal ideología está haciendo en ellas. Esto se puede notar en el paralelismo que se da entre la sociedad de consumo cuyo “único interés es el constante incremento de la producción y la religión de consumo en donde la prioridad está en el crecimiento numérico de las megaiglesias”.[7]  Otra evidencia de esto puede notarse en la llamada “iglesia electrónica”, por el fastuoso entorno que rodea a muchos de esos programas, despertando por ello el rechazo y repudio en los sectores populares latinoamericanos y también por cuanto su contenido teológico resulta deficiente.  Como señala Roldán, muchas veces tales iglesias respaldan la llamada “teología de la prosperidad, apoyan el armamentismo, se pronuncian a favor de regímenes totalitarios de América Latina y promueven una imagen de “vida cristiana” en términos de éxito personal.[8]

Esto ha originado que el ala católica del cristianismo señale  que “por eso, al establecimiento de mercados mundiales puramente capitalistas, juntamente con sus agentes e instituciones, hay que rechazarlo no sólo por razones ecológicas y sociales, sino también por razones teológicas”.[9] 

Como creyentes evangélicos de América Latina, debemos estar conscientes que el hecho de tener canales de televisión cristianos, radioemisoras y grandes iglesias estilo americano, no son necesariamente evidencias de que estemos impactando positivamente a nuestro continente con el evangelio del Señor Jesucristo.  Las críticas contra tal estilo de vida cristiana, tienen mucho de razón.  Por ejemplo, el creciente número de grupos neopentecostales y carismáticos reflejan de diversas maneras la realidad del mercado, e incluso la apoyan ideológicamente.  Por un lado, las masas empobrecidas que en ellas hay, buscan consuelo.  Por otro lado, las fuerzas de mercado se aprovechan conscientemente de esa religiosidad para poner la religión al servicio de la ideología y los intereses capitalistas. Esta es, al menos, la imagen que muchos sectores de nuestra sociedad latinoamericana perciben de los medios electrónicos cristianos y de las megaiglesias.  Sin dejarnos llevar por la moda o exitomanía, optemos por iglesias cristianas que encarnen el amor de Cristo y tengan vocación de servicio hacia la comunidad que las rodea, sin dejar de compartir el evangelio de la gracia de Dios.

La iglesia debe asumir como propia la opción por los pobres, esos olvidados por la sociedad consumista.  En la perspectiva de una ética cristiana toda acción y decisión en la sociedad, en la política y en la economía debe ser juzgada a partir de la pregunta por los pobres: en qué medida los afecta, les ayuda y los capacita para actuar como sujetos responsablemente.

El punto de vista de Ulrich Duchrow es muy acertado al respecto de cómo podemos llegar a ser compañeros de trabajo, o mejor aún, compañeros de trabajo de nuestro Dios amoroso en un mundo dominado por el cruel Mamón.  El considera que “en muchas casos la iglesia forma más parte del problema que de las soluciones”.[10]  En este escrito él presenta un resumen muy útil para que como cristianos podamos hacer frente al cruel Mamón que amenaza con destruirnos.  El sugiere que “dados los efectos devastadores de la globalización económica, debemos buscar nuevas formas y hacer una relectura de la mayoría de dichas tradiciones, a la luz de los nuevos entendimientos bíblicos y desafíos que Dios pone ante nosotros”.[11]  Este autor organiza su contribución en tres partes, siguiendo el paradigma de ver, juzgar y actuar.  Primero analiza las estructuras actuales de la economía de Mamón; luego reflexiona a partir de la Biblia en relación a economías e ideologías políticas; por último, presenta alternativas emergentes y estrategias para una acción fiel.  Su propuesta hermenéutica final es que no debemos quedarnos con un modelo particular del testimonio bíblico, sino identificar cuáles elementos bíblicos pueden servirnos a nuestro contexto actual.  En cada uno de estos casos, debe uno preguntarse cuál podría ser el rol misionero de la iglesia.  Por último, propone detenernos en tres elementos de una estrategia múltiple: decir un no rotundo al totalitarismo global neoliberal, el poder descontrolado del Mamón contemporáneo; generar alternativas en pequeña escala e involucramiento político.[12]

Entre los desafíos que la economía actual impone a la iglesia evangélica latinoamericana están los siguientes: la pobreza, el narcotráfico, el militarismo, la inseguridad y el medio ambiente.  A ellos debemos dirigir nuestro esfuerzo de reflexión y acción.

La iglesia evangélica no debe estar en contra de la propiedad privada ni de la existencia de mercado, pero no puede legitimar bíblicamente un modelo económico que favorece a los más poderosos.  Como estudiosos de la Biblia planteamos la necesidad de afirmar la responsabilidad del Estado, como institución ordenada por Dios, de velar por la dignidad de vida de todos sus miembros, garantizando la satisfacción del derecho básico a la salud y a la educación.

Desde la perspectiva bíblica, los abusos en el campo socioeconómico no sólo afectan la estabilidad social sino también la relación de toda una nación con Dios.  Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparece con claridad meridiana la advertencia contra el peligro de las riquezas y la tentación a confundir la abundancia de bienes materiales con la abundancia de vida y la cantidad de cosas con la calidad de vida.[13]

Como bien señalara Gonzalo Báez Camargo, “la doctrina típicamente cristiana sobre la propiedad no es de la propiedad privada a todo trance, como tampoco es la de una comunización o colectivización forzosa de la propiedad.  La doctrina típica cristiana sobre la propiedad es la mayordomía”.[14]  Gran necesidad es pues, que la iglesia evangélica latinoamericana sea enseñada acerca de la mayordomía integral de la vida, y no sólo acerca del diezmo.

Conclusión

La conclusión de todo lo antes dicho no es ciertamente fácil, ya que aunque se reconozca que las medidas de ajuste del neoliberalismo han tenido aportes positivos, estos elementos están lejos de compensar los inmensos desequilibrios y perturbaciones que causa. 

Los cristianos debemos recordar que las cosas fueron hechas para usarse y las personas para amarse.  Es indigno, antiético e inmoral amar las cosas y usar a las personas, tal como lo hace el capitalismo salvaje y la sociedad consumista en la cual la iglesia está inmersa, y la que en muchas maneras la ha absorbido.

Los valores que sustenta el neoliberalismo, tales como la libertad y la propiedad privada, son dignos de apoyarse, pero entendiéndolos no como lo hace el neoliberalismo, sino como la Palabra de Dios y la reflexión de ella nos enseña. 

Cuando el hombre está en función de la economía y no la economía en función del hombre, ya es inmoral.  Debemos considerar y valorar al hombre como Jesús lo hizo.  Es decir, por lo que es en sí mismo, no por su capacidad de compra y venta.  Con base en esto podemos decir que el neoliberalismo a ultranza está radicalmente opuesto al cristianismo, ya que el libre mercado no conoce la misericordia ni la gracia.  Sin embargo, es bueno decir que tampoco la teología de la liberación concuerda con el espíritu cristiano, ya que promueve el odio, la envidia, la mentira, el servilismo al Estado y la expropiación.

Los siervos de Dios debemos optar por el Derecho, lo cual nos pondrá en contacto con la injusticia del mundo.  Debemos estar conscientes de nuestra realidad, no sólo dejarnos llevar por la exitomanía y entrar al juego de la sociedad de consumo.  Si nos caracterizamos por una vocación de servicio a la justicia y buscamos aprender a hacer una buena utilización de las leyes de nuestros países, no nos reduciremos a ser tinterillos papeleros y gestores para cualquier negocio, sino servidores de la justicia y de los más necesitados.  El punto clave e importante de todo esto es moral: ¡Preferible la libertad aun con pobreza, que la abundancia mediante el despotismo!

El consejo de la argentina Adriana Powell es muy pertinente y cierto. 

            “No necesitamos rendirnos al capitalismo porque el comunismo haya mostrado su ineficiencia.  El mensaje bíblico los excede a ambos y puede armonizar las virtudes de uno y de otro.  En la persona y el legado de Jesucristo, responsabilidad personal significa mucho más que trabajar por el propio interés; y el cuidado de unos por otros es mucho más que un programa social totalitario”.[15]

Por último, un desafío más.  En un sistema que no toma en cuenta a las personas, ¡cuánto vale la familia extendida de la iglesia si sabe vivir su compromiso! ¡Cuánto por hacer, no sólo por los más pobres, sino por restaurar la dignidad del trabajo y la participación de todos los seres humanos creados a imagen de Dios!






[1]Pedro Trigo, Conclusión. El mundo como mercado.  Significado y juicio, Neoliberalismo en cuestión, pág. 303.
[2]Ibid, págs. 313, 314.
[3] Ibid, Pág.314.
[4]Los protestantes y evangélicos mexicanos estamos muy agradecidos con los políticos liberales como Benito Juárez y Miguel Lerdo de Tejada, quienes concibieron las “Leyes de Reforma”, principalmente para evitar la fuerza eclesiástica de la Iglesia Católica Romana y su intervención en los asuntos del Estado.  Tales leyes incluían: 1) La ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos; 2) La ley que suprimió las comunidades religiosas masculinas y prohibió el establecimiento de nuevos conventos; 3) La ley que suprimió las fiestas eclesiásticas a efectos de las asistencias al trabajo; 4) La ley que estableció la libertad de cultos; 5) La ley sobre el matrimonio civil, y 6) La ley sobre la secularización de los cementerios.  Mediante estas leyes se logró la separación entre la Iglesia y el Estado, y se introducía la libertad religiosa que no había existido hasta entonces en el país.  Dinorah B. Méndez, Relación Iglesias-Estado en México, Boletín “Bautistas bautizando”, Convención Nacional Bautista de México, 1994. Págs. 36,37.
[5]Elsa Tamez, Libertad neoliberal y libertad paulina, Pasos 70, Marzo-Abril, 1997. Págs. 11-16.
[6]Ibid.
[7]René Padilla, citado por Alberto Roldán, La iglesia en la sociedad de consumo, Boletín Teológico de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, Año 21, No. 33, Marzo de 1989. Pág. 38.
[8]Alberto Roldán, Ibid. En esta obra Roldán cita a William Fore, quien añade como características de la religión comercial, entre otras, el carácter autoritario de los predicadores, el valor intrínseco del sistema americano de libre empresa y la escatología concreta.
[9]Ulrich Duchrow, El cristianismo en el contexto de los mercados capitalistas globalizados, Concilium 270, Abril de 1997. Pág. 260.
[10]Ulrich Duchrow, Dios o Mamón: Economías en conflicto, Cuadernos de Teología, Vol. XV, No. 12, 1996. Págs. 67-95.
[11]Ibid.
[12]Ibid.
[13]Un ejemplo clásico del Antiguo Testamento es el sistema de tenencia de la tierra en Israel, el cual consistía en la propiedad comunitaria de la tierra basada en una división equitativa para todos los clanes, con cada clan como la unidad económica básica.  En palabras de C.J.H. Wright, “el principio importante no era estrictamente la igualdad cuantitativa, sino que todos disfrutaran de la tierra en cierta medida; no que todos tuvieran lo mismo, sino que cada familia tuviera lo suficiente para ser viable y autosuficiente económicamente”. Viviendo como pueblo de Dios, Publicaciones Andamio, 1996. Págs. 77-118 (Sección: La economía y la tierra).
[14]Gonzalo Báez Camargo, citado por René Padilla, Economía y plenitud de vida, Fey Comunidad, revista de la F.T.L. Capítulo Guatemala, 1995. Pág. 17.
[15]Adriana Powell, Economía de mercado ¿un camino para aliviar la pobreza mundial?, Misión, Julio-Septiembre, 1995.  Pág. 16.

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