miércoles, 29 de abril de 2015

CUATRO SECRETOS DE UN MINISTERIO FRUCTÍFERO


CUATRO SECRETOS DE UN MINISTERIO FRUCTÍFERO


Por Rick Warren
Traducido por Floriano Ramos Esponda 




La mayoría de la gente está interesada en, o con, la productividad. Pero la Biblia no usa la palabra “productividad"; en vez de eso, encontramos la palabra “fructificar.”

Dios quiere que tengamos ministerios fructíferos, así que yo quiero mostrarte algunos principios que producirán un fruto santo y agradable a Dios en tu vida. Creo que hay cuatro condiciones que son esenciales para tener un ministerio fructífero. 

1. Primero, debes cultivar tus raíces.

Dios dice que no hay fruto si no hay raíces. Necesitas raíces particularmente cuando tus recursos son limitados, para cuando vengan los días de sequía.La sequía o estiaje, como tú sabes, es un período largo de tiempo en el cual no hay lluvia. ¡A veces llega a durar años!

Un tiempo de sequía en tu vida es cuando tienes que hacer algo sin contar con todo lo que necesitas para lograr lo que estás haciendo. Quizá necesitas tiempo, energía, dinero, salud o ayuda, y no lo tienes. Habrá períodos de estiaje en tu ministerio; es más, quizá estás en uno ahora mismo.


2. Segundo, debes eliminar las malezas en tu vida y ministerio. 

Las malezas en tu ministerio, y en tu vida, son aquellas cosas que obstaculizan o limitan tu crecimiento espiritual. Malezas son las cosas que estrangulan tu relación con Cristo o que evitan un crecimiento mayor. 

¿Cuánto esfuerzo se requiere para que crezcan las malezas? ¡Absolutamente ninguno! Tú no necesitas cultivar las malezas. De hecho, esa es la diferencia entre una maleza y un vegetal comestible. Aún cuando abones, riegues, y cultives un vegetal comestible, algunas veces estos mueren. No pongas atención alguna a las malezas, y ¡aún así crecerá!

Malezas son una señal de descuido. He hallado que cuando descuido mi tiempo de opcional con Dios,  cuando soy negligente mi estado físico al no caminar ni hacer ejercicio, y cuando descuido mis relaciones más importantes en mi vida, las malezas comienzan a crecer y empiezan a estrangular y ahogar mi productividad.

3. Tercero, debes cooperar con Dios cuando pode en tu vida.

¿Qué es podar?

Posar no solamente incluye cortar las ramas secas y muertas, sino también algunas ramas vivas con el fin de mejorar la forma de la planta y estimular el crecimiento. Podar es esencial para incrementar la productividad. No es opcional. Si tú vas a ser productivo en el ministerio, Dios te hará pasar a través de tiempos de poda.

Dios te poda para que seas fructífero. En tu vida Dios no solamente corta las ramas secS y muertas; Él también corta áreas exitosas, AUN áreas que están llevando fruto maravilloso. Cuando Él hace esto podrías llegar a batallar en entender por qué, pero la razón es que Él te está preparando para un ministerio más grande y productivo.


4. Cuarto, debes esperar por la cosecha.

Llevar fruto toma tiempo. No sucede automáticamente. Tú no plantas una semilla en la tierra y en el siguiente día ya estás cosechando. Es de puro sentido común: las semillas deben ser plantadas. Luego las cubres con tierra, las riegas, las abonas y esperas en oración a que crezca la planta y puedas obtener fruto.

Tal como una semilla da vida a partir de su propia muerte, para que tú seas más efectivo en el ministerio debes morir a tu vieja naturaleza, morir a tus propios deseos y  ambiciones en el proceso mientras esperas la cosecha. Crecer y dar fruto toma tiempo, pero no te duermas. Sigue conectado a Jesucristo.

Quizá has estado dormido por algún tiempo en tu ministerio. Mi oración es que tú mismo te darás a Cristo, diciéndole, “Señor, quiero trabajar en estas cuatro áreas: cultivar mis raíces, eliminar las malezas, cooperar en tu poda, y esperar por la cosecha. Dios, te confío lo que he sembrado, y confío en que lo que he sembrado, inevitablemente dará un cosecha para ti.”

Esta es la ley de la cosecha.

domingo, 26 de abril de 2015

MISIONAL, MÁS QUE UN MURMULLO

MISIONAL, MÁS QUE UN MURMULLO

Por  BRAD BRISCO Traducido por Floriano Ramos Esponda

El término “misional” ha llegado a ser una palabra muy  popular en los últimos años. Debido a su uso frecuente, algunos han asumido que “misional” es una nueva palabra. Sin embargo, el término fue usado por  el Dr. Francis DuBose, antiguo profesor en el Seminario Teológico Bautista de  Golden Gate, en un maravilloso libro titulado "El Dios que Envía" publicado en 1983. A pesar del hecho de que el lenguaje misional ha estado en uso por varios años en la última parte del Siglo XX, hoy está siendo aplicado en una amplia variedad de maneras de tal modo que muchas veces resulta en confusión. 

Algunos ven al enfoque misional como la última estrategia para el crecimiento de la iglesia, o una mejor manera de lograr que la iglesia evangelice. Otros ven a la enseñanza  misional como un medio para movilizar a los miembros de la iglesia a hacer  misiones más efectivamente. Mientras que aun hay otros que creen que el movimiento misional es simplemente la última moda cristiana que pasará pronto cuando venga la nueva tendencia o el nuevo tópico. 

Yo argumentaría a quienes creen que misional es meramente un agregado más a las actividades actuales de la iglesia, o quizá aún una locura pasajera prevaleciente sólo entre líderes eclesiásticos que simplemente no han captado la magnitud de la conversación misional. A la vez que podría sonar como una hipérbole; moverse hacia lo misional incluye no menos que una  completa y exhaustiva calibración de lo que es y para lo que está aquí (forma y función) la iglesia de Jesucristo. Pero si un entendimiento correcto, preciso y fiel de la palabra misional es significativo y clave para la vida de la iglesia, entonces ¿cómo definimos de la mejor manera la palabra? En otras palabras, ¿existen características medulares que deberían informar la manera en que entendemos el concepto misional? 

Yo creo que hay por lo menos tres distinciones teológicas principales que ayudan a apuntalar la conversación misional. Sin tal fundamento corremos el riesgo de simplemente adjuntar la palabra “misional” a todo lo que la iglesia ya está haciendo, y por lo tanto ignorar el necesario cambio de paradigma que la iglesia requiere.


1. IGLESIA MISIONAL TIENE QUE VER CON LA NATURALEZA MISIONERA (ENVIADORA) DE DIOS Y DE LA IGLESIA.

El Dios de la Biblia, el Dios Trino, es un Dios que envía, esa es su naturaleza.

La Iglesia Misional  tiene que ver con la naturaleza misionera de Dios y de su iglesia. Aquellos que estamos en el movimiento misional reconocemos que tanto Dios como la iglesia son intrínsecamente y principalmente “misioneros” en naturaleza. El Dios de la Biblia es un Dios misionero que envía a una iglesia misionera. De hecho, un resumen del término “enviar” en sus varias formas halladas en las Escrituras revela la naturaleza misionera del Trino Dios, así como también la  verdadera esencia de la iglesia. La actividad redentora de Dios, su relación con el mundo, y su trato con la humanidad son descritos en las Escrituras por el verbo “enviar.” La palabra “enviar” es la “suma y substancia de la creatividad y actividad de Dios” (Georg F. Vicedom, La Misión de Dios, 9). 

La Escritura está repleta  de un lenguaje de envío que habla de la naturaleza misionera  del Trino Dios. Dios Padre envía al Hijo, y Dios Padre junto a Dios Hijo envían el Espíritu, y las tres personas de la Trinidad envían a la iglesia. Solamente en el Evangelio de Juan, leemos cerca de cuarenta veces que Jesús fue enviado - sea de los labios de Juan el evangelista o de los labios de Jesús mismo. En el pasaje final de envío y clímax del Evangelio de Juan, Jesús se ve a sí mismo no solamente como el enviado del Padre, sino también como quien está enviando: “Como el Padre me envió, yo os envío” (Juan 20:21). Es importante aclarar que la iglesia es una parte vital de la conversación misional. Sin embargo, la iglesia no debe verse simplemente como una entidad que envía misioneros; tan admirable como puede ser el hecho de enviar y apoyar la actividad misionera. En su lugar, debemos reconocer que el propósito de la iglesia es derivado de la misma naturaleza de un Dios enviador y misionero, el cual a su vez nos compele a ser enviados como un pueblo misionero, tanto individual como colectivamente. 



2. IGLESIA MISIONAL TRATA ACERCA DE QUE LA IGLESIA SEA ENCARNACIONAL EN LUGAR DE SER ATRACCIONAL.

Por siglos la iglesia se ha encerrado en edificios, esperando que los de fuera respondan a la invitación de venir a sus actividades y participar de sus programas en sus instalaciones.

La iglesia misional trata de un ministerio encarnacional (versus atraccional/extraccional) en un contexto pos-cristiano. Quienes tienen una perspectiva  misional no ven ya más a las reuniones y las instalaciones de la iglesia como los principales puntos de contacto con los de fuera de la iglesia. A la vez que reconocemos que no hay nada erróneo con atraer gente a que participe en las varias reuniones de la iglesia, la iglesia misional está más interesada en enviar a la gente de su iglesia hacia fuera entre la gente del mundo, en vez de lograr que la gente del mundo venga a estar entre la gente de la iglesia. Algunos han descrito esta distinción  misional-atraccional como un desafío a “vayan y sean" en oposición a “vengan y vean.” El modelo atraccional, que por muchas décadas pasadas ha dominado a la iglesia en Occidente, busca alcanzar a la cultura de afuera y traerla al interior de la iglesia. Sin embargo, esta aproximación solamente funciona cuando no hay barreras culturales significativas que vencer al hacer el movimiento requerido del exterior al interior de la iglesia. “Y como la cultura occidental ha llegado a ser cada vez más post-cristiana, el modelo atraccional ha perdido su efectividad. El Oeste se ve más como un contexto misionero transcultural en el cual los modelos de iglesia atraccional están auto derrotándose (metiéndose autogoles). Es más, el proceso de extraer gente de la cultura y asimilarla dentro de la iglesia, disminuye su habilidad para comunicarse con los de afuera.” (Alan Hirsch, Definiendo Misional , Christianity Today). Por otro lado, las iglesias misionales ven que su primera función es la de moverse activamente dentro de la comunidad para personificar y encarnar la palabra, los hechos y la vida de Jesús en cada rincón, esquina y grieta. Alan Hirsch habla del impulso  “misional-encarnacional,” donde la palabra “misional” expresa la naturaleza enviadora de la iglesia, mientras que “encarnacional” representa la  “penetración” del evangelio dentro de un contexto local. En otras palabras, “misional” habla de nuestra dirección – somos enviados; mientras que ser “encarnacional” es más acerca de cómo vamos, y qué hacemos al estar yendo. Cuando Eugene Peterson tradujo “encarnacional” en Juan 1:14 en su famosa paráfrasis El Mensaje, estaba ilustrando muy bien cuando declara, “El Verbo (La Palabra) se hizo carne y sangre y se movió al interior de nuestro vecindario.”


3. IGLESIA MISIONAL TIENE QUE VER CON PARTICIPAR ACTIVAMENTE EN LA MISSIO DEI (MISIÓN DE DIOS).

Hay iglesia porque hay misión, no hay misión porque hay iglesia. La misión es de Dios, de Él proviene y a Él pertenece. La iglesia no tiene misión propia, sino que participa en la misión de Dios, ese es su privilegio y responsabilidad.

3. La iglesia misional tiene que ver con participar activamente en la missio Dei, o misión de Dios. Muchas veces erróneamente asumimos que la actividad primaria de Dios es en la iglesia, en vez de reconocer que la actividad primaria de Dios es en el mundo, y que la Iglesia es el instrumento de Dios enviado al mundo para participar en su misión redentora. Este distintivo clave clarifica la diferencia entre una iglesia que tiene un programa de misiones y una iglesia que es misional. Una iglesia con un programa de misiones usualmente ve a las misiones como una actividad junto a los muchos otros programas de la iglesia igualmente importantes. Una iglesia misional, por lo contrario, enfoca todas sus actividades alrededor de su participación en la  agenda de Dios para el mundo. La misión de Dios debe formar e informar todo lo que hacemos. Todas las actividades  de la iglesia deben ser catalizadas por, y organizadas alrededor de la missio Dei. Como el pueblo enviado de Dios en misión, la iglesia misional entiende que su propósito fundamental está enraizado en la misión de Dios para restaurar y sanar la creación y llamar a la gente a una relación reconciliada con Dios mismo a través de Jesucristo. Es la misión de Dios que llama a la iglesia a la existencia. En otras palabras, no podemos seguir viendo a la iglesia como el punto de partida cuando pensamos y hablamos acerca de la misión. En lugar de eso, la iglesia debe ser vista como el resultado de la misión de Dios. En palabras del misionólogo Sudafricano David Bosch: “No es la iglesia que emprende y se compromete con la misión; es la missio Dei que constituye a la iglesia.” O dicho de una manera un poco diferente; “no es tanto que Dios tenga una misión para su iglesia en el mundo, sino que Dios tiene una iglesia para su misión en el mundo” (Christopher Wright 2006, 62).

4. LA IGLESIA MISIONAL TIENE QUE VER CON (TRATA DE) EL REINO Y GOBIERNO DE DIOS A TRAVÉS DE JESÚS – la agenda del reino. 

La importancia de una agenda con perspectiva de reino es doble:

Primero, el reino no es algo que edificamos o establecemos; es algo  a lo que entramos o bien recibimos. Cuando entramos al reino nos estamos colocando bajo el reinado o señorío de Dios. Ya no tenemos más el control sino que en su lugar  vivimos en la realidad de que Jesús verdaderamente es el Señor sobre cada aspecto de nuestras vidas, lo cual consistente y vigorosamente desafía a nuestros planes y lealtades. 

Segundo, las ideas de misión y reino están inequívocamente unidas. Misión involucra tanto el anuncio como la demostración del reino, o reinado de Dios. Por lo tanto, el evangelio no es meramente comunicar el plan de salvación (representado por presentaciones como las cuatro leyes espirituales), sino abarcar la totalidad de la agenda del reino – la completa restauración de un modo roto y fragmentado – lo cual incluye tanto demostrar  (justicia, misericordia, liberación, amor, reconciliación) como el anunciar (proclamación, evangelismo, adoración). Si tomamos en serio y valoramos el entrar en el reino y participar en su misión, estaremos de acuerdo en hacerlo en los términos de Dios. 

¿Cuáles son los primeros pasos para fomentar una postura misional? 

Una respuesta corta y evidente a la conversación misional pensaría que la iglesia simplemente necesita ajustar sus programas en una manera que le permita alcanzar a más personas. Tal respuesta desafía la apariencia superficial pero hace muy poco para cultivar el cambio tan necesario en la “práctica y ethos misional.” Entonces, ¿qué tenemos que hacer para fomentar en la iglesia una genuina postura misional? Primero, debemos comenzar con una reflexión y diálogo significativos alrededor de los tres distintivos teológicos mencionados arriba. Tal diálogo debe generar cambios profundos en el punto de vista sobre la iglesia predominante en el cristianismo; de otra manera cualquier cambio que tome lugar será más probablemente algo cosmético y superficial.

HACIENDO LA TRANSICIÓN DE TRADICIONAL A MISIONAL 

Fomentando una postura misional 

1. Empieza con la formación espiritual.
2. Cultiva un acercamiento misional de liderazgo.
3. Enfatiza el despliegue de misioneros locales (sacerdocio de todos los creyentes).
4. Enfoca la atención en la comunidad local.
5. No lo hagas solo.
6. Crea nuevos medios de medir el éxito.
7. Busca los terceros lugares (espacios de proximidad).
8. Practica la hospitalidad bíblica.
9. Saca provecho del poder de las historias.
10. Promueve la paciencia.










lunes, 6 de abril de 2015

Neoliberalismo, una evaluación desde la perspectiva evangélica

Floriano Ramos Esponda

Última parte de un trabajo más extenso.

Lic. Floriano Ramos Esponda
SETECA -1999
Ética Social del Antiguo Testamento - Materia de postgrado

La determinación primera, absoluta y universal de Dios sobre los seres humanos, consiste en haberlos creado para estar en comunión con Él y formar parte de su familia.  Si esto es así, como creemos, entonces el mercado no puede ser la forma englobante de la realidad histórica.  En él sólo existen entes privados, siendo el vender y el comprar el único lazo reconocido, o más ampliamente el intercambio, cuyo único móvil es la conveniencia del propio sujeto.  Según Trigo, “es imposible que tal comunión de hermandad acontezca si la lógica del mercado determina las relaciones del cuerpo social, ya que lo que tenemos en común no puede consistir primordialmente en estar expuesto en el mercado”[1]

Un aspecto innegable es que para la figura histórica vigente (economía de mercado, sociedad de consumo, y más) nada hay que resulte más necio y escandaloso que “el privilegio o derecho de los pobres”.  Según la lógica de mercado, “no tienen por qué quejarse, ya que no aportan, y por eso no se les aporta.  No tienen para comprar, porque no tienen nada que ofrecer”.[2]  El único consejo que les ofrece el mercado es que se capaciten y sigan luchando, como si la solución estuviera sólo en ellos. 

Sin embargo, los pobres no escogieron nacer así.  Son muchos los factores que han conducido a esta situación de pobreza que impera en el mundo.  Pero, según la economía de mercado, ellos no tienen ningún derecho especial; más bien habría que decir que, como aportan menos, tienen menos derechos.

Decir, “esto es fruto de mi trabajo y esfuerzo, y no me importa si otro carece de lo mínimo indispensable para satisfacer sus necesidades mientras yo acumulo objetos y satisfactores triviales” es actuar con irresponsabilidad.  Lo mismo puede decirse de aquellos que buscan hacer el mayor número de transacciones, y hacerlas en las condiciones más ventajosas posibles, dejando fuera del enfoque de sus conciencias la condición en que se encuentran los menos afortunados, quienes muchas veces se convierten en las víctimas del sistema. De manera muy fuerte Trigo dice “prescindir del resultado de las propias acciones es un acto de irresponsabilidad histórica equivalente al asesinato”.[3]  La pregunta de Caín “¿soy yo, acaso, guarda de mi hermano?” (Gn. 4:9) es la pregunta de un asesino, de alguien que, por haber borrado a su hermano del corazón, lo puede borrar también impunemente del mapa.

No es correcto ver sólo un lado de la moneda.  Como creyentes evangélicos debemos ser sabios y no caer en una condenación simplista del neoliberalismo a favor de una rectoría del Estado.  Si bien es cierto que los resultados no son equitativos para toda la población y que la brecha entre los ricos y los pobres crece cada vez más, no debemos olvidar la historia de nuestros países, la historia misma del cristianismo protestante en América Latina y las enseñanzas que de ellas pueden sacarse.  Por ejemplo, los conservadores del siglo XIX en México, dentro de los cuales estaba el clero de la Iglesia Católica Romana, defendieron la idea de un Estado más fuerte, más centralista, más interventor en la economía y en la vida de los individuos.  Esos conservadores emplearían hoy el insulto “neoliberal” para referirse a Benito Juárez (presidente liberal mexicano 1861-1867) y sus correligionarios.[4]  Debido a esto es que los evangélicos no podemos ser inconsecuentes con la historia, agradeciendo por un lado a liberales que en el siglo pasado permitieron la entrada de los misioneros protestantes, y satanizando, como los teólogos de la liberación hacen, al liberalismo de hoy.  Esto no quiere decir que debamos aceptarlo a “pie juntillas”, pero sí que debiéramos ser más cautelosos al evaluar y emitir el juicio final sobre esta ideología. 

Interesante es la comparación que Elsa Tamez, teóloga de la liberación latinoamericana, hace del concepto de la libertad, tal como la ve el neoliberalismo y como la aprecia el apóstol Pablo.  En lo que toca al neoliberalismo, toma como fundamento los conceptos de Friedrich A. Hayek, y en cuanto a Pablo, toma su concepto de libertad en la epístola a los Gálatas.[5]

Las diferencias más notorias pueden ser éstas.  El ser libre, según el neoliberalismo, es aquel que ejerce su libertad de acuerdo a sus intereses y objetivos propios, empleando su propio conocimiento personal, todo independientemente de la voluntad de un tercero.  Cualquier ley expresada fuera de la voluntad del sujeto actuante que intente guiarlo a cualquier fin es una interferencia que debe ser rechazada, pues no corresponde a sus propios fines, sino a terceros.

            Para Pablo el evento de la liberación es causado por un tercero (Dios o Cristo), y el ser libre tiene la libertad de escoger entre mantenerse en esa libertad o someterse nuevamente al yugo de la esclavitud.  La plataforma necesaria para el evento de la liberación es la gracia de Dios, manifestada históricamente en el evento cristológico.  De manera que para Pablo la libertad es un don que Dios otorga gratuitamente, según su misericordia y fidelidad a sus criaturas.[6]

La globalización no es algo propio solamente de la sociedad no creyente. Desgraciadamente ha entrado a las iglesias evangélicas.  Estas no han quedado al margen, sino que se aprecia el impacto que tal ideología está haciendo en ellas. Esto se puede notar en el paralelismo que se da entre la sociedad de consumo cuyo “único interés es el constante incremento de la producción y la religión de consumo en donde la prioridad está en el crecimiento numérico de las megaiglesias”.[7]  Otra evidencia de esto puede notarse en la llamada “iglesia electrónica”, por el fastuoso entorno que rodea a muchos de esos programas, despertando por ello el rechazo y repudio en los sectores populares latinoamericanos y también por cuanto su contenido teológico resulta deficiente.  Como señala Roldán, muchas veces tales iglesias respaldan la llamada “teología de la prosperidad, apoyan el armamentismo, se pronuncian a favor de regímenes totalitarios de América Latina y promueven una imagen de “vida cristiana” en términos de éxito personal.[8]

Esto ha originado que el ala católica del cristianismo señale  que “por eso, al establecimiento de mercados mundiales puramente capitalistas, juntamente con sus agentes e instituciones, hay que rechazarlo no sólo por razones ecológicas y sociales, sino también por razones teológicas”.[9] 

Como creyentes evangélicos de América Latina, debemos estar conscientes que el hecho de tener canales de televisión cristianos, radioemisoras y grandes iglesias estilo americano, no son necesariamente evidencias de que estemos impactando positivamente a nuestro continente con el evangelio del Señor Jesucristo.  Las críticas contra tal estilo de vida cristiana, tienen mucho de razón.  Por ejemplo, el creciente número de grupos neopentecostales y carismáticos reflejan de diversas maneras la realidad del mercado, e incluso la apoyan ideológicamente.  Por un lado, las masas empobrecidas que en ellas hay, buscan consuelo.  Por otro lado, las fuerzas de mercado se aprovechan conscientemente de esa religiosidad para poner la religión al servicio de la ideología y los intereses capitalistas. Esta es, al menos, la imagen que muchos sectores de nuestra sociedad latinoamericana perciben de los medios electrónicos cristianos y de las megaiglesias.  Sin dejarnos llevar por la moda o exitomanía, optemos por iglesias cristianas que encarnen el amor de Cristo y tengan vocación de servicio hacia la comunidad que las rodea, sin dejar de compartir el evangelio de la gracia de Dios.

La iglesia debe asumir como propia la opción por los pobres, esos olvidados por la sociedad consumista.  En la perspectiva de una ética cristiana toda acción y decisión en la sociedad, en la política y en la economía debe ser juzgada a partir de la pregunta por los pobres: en qué medida los afecta, les ayuda y los capacita para actuar como sujetos responsablemente.

El punto de vista de Ulrich Duchrow es muy acertado al respecto de cómo podemos llegar a ser compañeros de trabajo, o mejor aún, compañeros de trabajo de nuestro Dios amoroso en un mundo dominado por el cruel Mamón.  El considera que “en muchas casos la iglesia forma más parte del problema que de las soluciones”.[10]  En este escrito él presenta un resumen muy útil para que como cristianos podamos hacer frente al cruel Mamón que amenaza con destruirnos.  El sugiere que “dados los efectos devastadores de la globalización económica, debemos buscar nuevas formas y hacer una relectura de la mayoría de dichas tradiciones, a la luz de los nuevos entendimientos bíblicos y desafíos que Dios pone ante nosotros”.[11]  Este autor organiza su contribución en tres partes, siguiendo el paradigma de ver, juzgar y actuar.  Primero analiza las estructuras actuales de la economía de Mamón; luego reflexiona a partir de la Biblia en relación a economías e ideologías políticas; por último, presenta alternativas emergentes y estrategias para una acción fiel.  Su propuesta hermenéutica final es que no debemos quedarnos con un modelo particular del testimonio bíblico, sino identificar cuáles elementos bíblicos pueden servirnos a nuestro contexto actual.  En cada uno de estos casos, debe uno preguntarse cuál podría ser el rol misionero de la iglesia.  Por último, propone detenernos en tres elementos de una estrategia múltiple: decir un no rotundo al totalitarismo global neoliberal, el poder descontrolado del Mamón contemporáneo; generar alternativas en pequeña escala e involucramiento político.[12]

Entre los desafíos que la economía actual impone a la iglesia evangélica latinoamericana están los siguientes: la pobreza, el narcotráfico, el militarismo, la inseguridad y el medio ambiente.  A ellos debemos dirigir nuestro esfuerzo de reflexión y acción.

La iglesia evangélica no debe estar en contra de la propiedad privada ni de la existencia de mercado, pero no puede legitimar bíblicamente un modelo económico que favorece a los más poderosos.  Como estudiosos de la Biblia planteamos la necesidad de afirmar la responsabilidad del Estado, como institución ordenada por Dios, de velar por la dignidad de vida de todos sus miembros, garantizando la satisfacción del derecho básico a la salud y a la educación.

Desde la perspectiva bíblica, los abusos en el campo socioeconómico no sólo afectan la estabilidad social sino también la relación de toda una nación con Dios.  Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparece con claridad meridiana la advertencia contra el peligro de las riquezas y la tentación a confundir la abundancia de bienes materiales con la abundancia de vida y la cantidad de cosas con la calidad de vida.[13]

Como bien señalara Gonzalo Báez Camargo, “la doctrina típicamente cristiana sobre la propiedad no es de la propiedad privada a todo trance, como tampoco es la de una comunización o colectivización forzosa de la propiedad.  La doctrina típica cristiana sobre la propiedad es la mayordomía”.[14]  Gran necesidad es pues, que la iglesia evangélica latinoamericana sea enseñada acerca de la mayordomía integral de la vida, y no sólo acerca del diezmo.

Conclusión

La conclusión de todo lo antes dicho no es ciertamente fácil, ya que aunque se reconozca que las medidas de ajuste del neoliberalismo han tenido aportes positivos, estos elementos están lejos de compensar los inmensos desequilibrios y perturbaciones que causa. 

Los cristianos debemos recordar que las cosas fueron hechas para usarse y las personas para amarse.  Es indigno, antiético e inmoral amar las cosas y usar a las personas, tal como lo hace el capitalismo salvaje y la sociedad consumista en la cual la iglesia está inmersa, y la que en muchas maneras la ha absorbido.

Los valores que sustenta el neoliberalismo, tales como la libertad y la propiedad privada, son dignos de apoyarse, pero entendiéndolos no como lo hace el neoliberalismo, sino como la Palabra de Dios y la reflexión de ella nos enseña. 

Cuando el hombre está en función de la economía y no la economía en función del hombre, ya es inmoral.  Debemos considerar y valorar al hombre como Jesús lo hizo.  Es decir, por lo que es en sí mismo, no por su capacidad de compra y venta.  Con base en esto podemos decir que el neoliberalismo a ultranza está radicalmente opuesto al cristianismo, ya que el libre mercado no conoce la misericordia ni la gracia.  Sin embargo, es bueno decir que tampoco la teología de la liberación concuerda con el espíritu cristiano, ya que promueve el odio, la envidia, la mentira, el servilismo al Estado y la expropiación.

Los siervos de Dios debemos optar por el Derecho, lo cual nos pondrá en contacto con la injusticia del mundo.  Debemos estar conscientes de nuestra realidad, no sólo dejarnos llevar por la exitomanía y entrar al juego de la sociedad de consumo.  Si nos caracterizamos por una vocación de servicio a la justicia y buscamos aprender a hacer una buena utilización de las leyes de nuestros países, no nos reduciremos a ser tinterillos papeleros y gestores para cualquier negocio, sino servidores de la justicia y de los más necesitados.  El punto clave e importante de todo esto es moral: ¡Preferible la libertad aun con pobreza, que la abundancia mediante el despotismo!

El consejo de la argentina Adriana Powell es muy pertinente y cierto. 

            “No necesitamos rendirnos al capitalismo porque el comunismo haya mostrado su ineficiencia.  El mensaje bíblico los excede a ambos y puede armonizar las virtudes de uno y de otro.  En la persona y el legado de Jesucristo, responsabilidad personal significa mucho más que trabajar por el propio interés; y el cuidado de unos por otros es mucho más que un programa social totalitario”.[15]

Por último, un desafío más.  En un sistema que no toma en cuenta a las personas, ¡cuánto vale la familia extendida de la iglesia si sabe vivir su compromiso! ¡Cuánto por hacer, no sólo por los más pobres, sino por restaurar la dignidad del trabajo y la participación de todos los seres humanos creados a imagen de Dios!






[1]Pedro Trigo, Conclusión. El mundo como mercado.  Significado y juicio, Neoliberalismo en cuestión, pág. 303.
[2]Ibid, págs. 313, 314.
[3] Ibid, Pág.314.
[4]Los protestantes y evangélicos mexicanos estamos muy agradecidos con los políticos liberales como Benito Juárez y Miguel Lerdo de Tejada, quienes concibieron las “Leyes de Reforma”, principalmente para evitar la fuerza eclesiástica de la Iglesia Católica Romana y su intervención en los asuntos del Estado.  Tales leyes incluían: 1) La ley de nacionalización de los bienes eclesiásticos; 2) La ley que suprimió las comunidades religiosas masculinas y prohibió el establecimiento de nuevos conventos; 3) La ley que suprimió las fiestas eclesiásticas a efectos de las asistencias al trabajo; 4) La ley que estableció la libertad de cultos; 5) La ley sobre el matrimonio civil, y 6) La ley sobre la secularización de los cementerios.  Mediante estas leyes se logró la separación entre la Iglesia y el Estado, y se introducía la libertad religiosa que no había existido hasta entonces en el país.  Dinorah B. Méndez, Relación Iglesias-Estado en México, Boletín “Bautistas bautizando”, Convención Nacional Bautista de México, 1994. Págs. 36,37.
[5]Elsa Tamez, Libertad neoliberal y libertad paulina, Pasos 70, Marzo-Abril, 1997. Págs. 11-16.
[6]Ibid.
[7]René Padilla, citado por Alberto Roldán, La iglesia en la sociedad de consumo, Boletín Teológico de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, Año 21, No. 33, Marzo de 1989. Pág. 38.
[8]Alberto Roldán, Ibid. En esta obra Roldán cita a William Fore, quien añade como características de la religión comercial, entre otras, el carácter autoritario de los predicadores, el valor intrínseco del sistema americano de libre empresa y la escatología concreta.
[9]Ulrich Duchrow, El cristianismo en el contexto de los mercados capitalistas globalizados, Concilium 270, Abril de 1997. Pág. 260.
[10]Ulrich Duchrow, Dios o Mamón: Economías en conflicto, Cuadernos de Teología, Vol. XV, No. 12, 1996. Págs. 67-95.
[11]Ibid.
[12]Ibid.
[13]Un ejemplo clásico del Antiguo Testamento es el sistema de tenencia de la tierra en Israel, el cual consistía en la propiedad comunitaria de la tierra basada en una división equitativa para todos los clanes, con cada clan como la unidad económica básica.  En palabras de C.J.H. Wright, “el principio importante no era estrictamente la igualdad cuantitativa, sino que todos disfrutaran de la tierra en cierta medida; no que todos tuvieran lo mismo, sino que cada familia tuviera lo suficiente para ser viable y autosuficiente económicamente”. Viviendo como pueblo de Dios, Publicaciones Andamio, 1996. Págs. 77-118 (Sección: La economía y la tierra).
[14]Gonzalo Báez Camargo, citado por René Padilla, Economía y plenitud de vida, Fey Comunidad, revista de la F.T.L. Capítulo Guatemala, 1995. Pág. 17.
[15]Adriana Powell, Economía de mercado ¿un camino para aliviar la pobreza mundial?, Misión, Julio-Septiembre, 1995.  Pág. 16.