Neoliberalismo, una evaluación desde la perspectiva
evangélica
Floriano Ramos Esponda
Última parte de un trabajo más extenso.
Lic.
Floriano Ramos Esponda
SETECA -1999
Ética
Social del Antiguo Testamento - Materia
de postgrado
La
determinación primera, absoluta y universal de Dios sobre los seres humanos,
consiste en haberlos creado para estar en comunión con Él y formar parte de su
familia. Si esto es así, como creemos,
entonces el mercado no puede ser la forma englobante de la realidad
histórica. En él sólo existen entes
privados, siendo el vender y el comprar el único lazo reconocido, o más
ampliamente el intercambio, cuyo único móvil es la conveniencia del propio
sujeto. Según Trigo, “es imposible que
tal comunión de hermandad acontezca si la lógica del mercado determina las
relaciones del cuerpo social, ya que lo que tenemos en común no puede consistir
primordialmente en estar expuesto en el mercado”
Un
aspecto innegable es que para la figura histórica vigente (economía de mercado,
sociedad de consumo, y más) nada hay que resulte más necio y escandaloso que
“el privilegio o derecho de los pobres”.
Según la lógica de mercado, “no tienen por qué quejarse, ya que no
aportan, y por eso no se les aporta. No
tienen para comprar, porque no tienen nada que ofrecer”. El único consejo que les ofrece el mercado es
que se capaciten y sigan luchando, como si la solución estuviera sólo en
ellos.
Sin
embargo, los pobres no escogieron nacer así.
Son muchos los factores que han conducido a esta situación de pobreza que
impera en el mundo. Pero, según la
economía de mercado, ellos no tienen ningún derecho especial; más bien habría
que decir que, como aportan menos, tienen menos derechos.
Decir,
“esto es fruto de mi trabajo y esfuerzo, y no me importa si otro carece de lo
mínimo indispensable para satisfacer sus necesidades mientras yo acumulo
objetos y satisfactores triviales” es actuar con irresponsabilidad. Lo mismo puede decirse de aquellos que buscan
hacer el mayor número de transacciones, y hacerlas en las condiciones más
ventajosas posibles, dejando fuera del enfoque de sus conciencias la condición
en que se encuentran los menos afortunados, quienes muchas veces se convierten
en las víctimas del sistema. De manera muy fuerte Trigo dice “prescindir del
resultado de las propias acciones es un acto de irresponsabilidad histórica
equivalente al asesinato”. La pregunta de Caín “¿soy yo, acaso, guarda
de mi hermano?” (Gn. 4:9) es la pregunta de un asesino, de alguien que, por
haber borrado a su hermano del corazón, lo puede borrar también impunemente del
mapa.
No
es correcto ver sólo un lado de la moneda.
Como creyentes evangélicos debemos ser sabios y no caer en una
condenación simplista del neoliberalismo a favor de una rectoría del Estado. Si bien es cierto que los resultados no son
equitativos para toda la población y que la brecha entre los ricos y los pobres
crece cada vez más, no debemos olvidar la historia de nuestros países, la
historia misma del cristianismo protestante en América Latina y las enseñanzas que
de ellas pueden sacarse. Por ejemplo,
los conservadores del siglo XIX en México, dentro de los cuales estaba el clero
de la Iglesia
Católica Romana, defendieron la idea de un Estado más fuerte,
más centralista, más interventor en la economía y en la vida de los
individuos. Esos conservadores
emplearían hoy el insulto “neoliberal” para referirse a Benito Juárez
(presidente liberal mexicano 1861-1867) y sus correligionarios. Debido a esto es que los evangélicos no
podemos ser inconsecuentes con la historia, agradeciendo por un lado a
liberales que en el siglo pasado permitieron la entrada de los misioneros
protestantes, y satanizando, como los teólogos de la liberación hacen, al
liberalismo de hoy. Esto no quiere decir
que debamos aceptarlo a “pie juntillas”, pero sí que debiéramos ser más
cautelosos al evaluar y emitir el juicio final sobre esta ideología.
Interesante
es la comparación que Elsa Tamez, teóloga de la liberación latinoamericana,
hace del concepto de la libertad, tal como la ve el neoliberalismo y como la
aprecia el apóstol Pablo. En lo que toca
al neoliberalismo, toma como fundamento los conceptos de Friedrich A. Hayek, y
en cuanto a Pablo, toma su concepto de libertad en la epístola a los Gálatas.
Las
diferencias más notorias pueden ser éstas.
El ser libre, según el neoliberalismo, es aquel que ejerce su libertad
de acuerdo a sus intereses y objetivos propios, empleando su propio
conocimiento personal, todo independientemente de la voluntad de un
tercero. Cualquier ley expresada fuera
de la voluntad del sujeto actuante que intente guiarlo a cualquier fin es una
interferencia que debe ser rechazada, pues no corresponde a sus propios fines,
sino a terceros.
Para
Pablo el evento de la liberación es causado por un tercero (Dios o Cristo), y
el ser libre tiene la libertad de escoger entre mantenerse en esa libertad o
someterse nuevamente al yugo de la esclavitud.
La plataforma necesaria para el evento de la liberación es la gracia de
Dios, manifestada históricamente en el evento cristológico. De manera que para Pablo la libertad es un
don que Dios otorga gratuitamente, según su misericordia y fidelidad a sus
criaturas.
La
globalización no es algo propio solamente de la sociedad no creyente.
Desgraciadamente ha entrado a las iglesias evangélicas. Estas no han quedado al margen, sino que se
aprecia el impacto que tal ideología está haciendo en ellas. Esto se puede
notar en el paralelismo que se da entre la sociedad de consumo cuyo “único
interés es el constante incremento de la producción y la religión de consumo en
donde la prioridad está en el crecimiento numérico de las megaiglesias”. Otra evidencia de esto puede notarse en la
llamada “iglesia electrónica”, por el fastuoso entorno que rodea a muchos de
esos programas, despertando por ello el rechazo y repudio en los sectores
populares latinoamericanos y también por cuanto su contenido teológico resulta
deficiente. Como señala Roldán, muchas
veces tales iglesias respaldan la llamada “teología de la prosperidad, apoyan
el armamentismo, se pronuncian a favor de regímenes totalitarios de América
Latina y promueven una imagen de “vida cristiana” en términos de éxito
personal.
Esto
ha originado que el ala católica del cristianismo señale que “por eso, al establecimiento de mercados
mundiales puramente capitalistas, juntamente con sus agentes e instituciones,
hay que rechazarlo no sólo por razones ecológicas y sociales, sino también por
razones teológicas”.
Como
creyentes evangélicos de América Latina, debemos estar conscientes que el hecho
de tener canales de televisión cristianos, radioemisoras y grandes iglesias
estilo americano, no son necesariamente evidencias de que estemos impactando
positivamente a nuestro continente con el evangelio del Señor Jesucristo. Las críticas contra tal estilo de vida
cristiana, tienen mucho de razón. Por
ejemplo, el creciente número de grupos neopentecostales y carismáticos reflejan
de diversas maneras la realidad del mercado, e incluso la apoyan
ideológicamente. Por un lado, las masas
empobrecidas que en ellas hay, buscan consuelo.
Por otro lado, las fuerzas de mercado se aprovechan conscientemente de
esa religiosidad para poner la religión al servicio de la ideología y los
intereses capitalistas. Esta es, al menos, la imagen que muchos sectores de nuestra
sociedad latinoamericana perciben de los medios electrónicos cristianos y de
las megaiglesias. Sin dejarnos llevar
por la moda o exitomanía, optemos por iglesias cristianas que encarnen el amor
de Cristo y tengan vocación de servicio hacia la comunidad que las rodea, sin
dejar de compartir el evangelio de la gracia de Dios.
La
iglesia debe asumir como propia la opción por los pobres, esos olvidados por la
sociedad consumista. En la perspectiva
de una ética cristiana toda acción y decisión en la sociedad, en la política y
en la economía debe ser juzgada a partir de la pregunta por los pobres: en qué
medida los afecta, les ayuda y los capacita para actuar como sujetos
responsablemente.
El
punto de vista de Ulrich Duchrow es muy acertado al respecto de cómo podemos
llegar a ser compañeros de trabajo, o mejor aún, compañeros de trabajo de
nuestro Dios amoroso en un mundo dominado por el cruel Mamón. El considera que “en muchas casos la iglesia
forma más parte del problema que de las soluciones”. En este escrito él presenta un resumen muy
útil para que como cristianos podamos hacer frente al cruel Mamón que amenaza
con destruirnos. El sugiere que “dados
los efectos devastadores de la globalización económica, debemos buscar nuevas
formas y hacer una relectura de la mayoría de dichas tradiciones, a la luz de
los nuevos entendimientos bíblicos y desafíos que Dios pone ante nosotros”. Este autor organiza su contribución en tres
partes, siguiendo el paradigma de ver, juzgar y actuar. Primero analiza las estructuras actuales de
la economía de Mamón; luego reflexiona a partir de la Biblia en relación a
economías e ideologías políticas; por último, presenta alternativas emergentes
y estrategias para una acción fiel. Su
propuesta hermenéutica final es que no debemos quedarnos con un modelo
particular del testimonio bíblico, sino identificar cuáles elementos bíblicos
pueden servirnos a nuestro contexto actual.
En cada uno de estos casos, debe uno preguntarse cuál podría ser el rol
misionero de la iglesia. Por último,
propone detenernos en tres elementos de una estrategia múltiple: decir un no
rotundo al totalitarismo global neoliberal, el poder descontrolado del Mamón
contemporáneo; generar alternativas en pequeña escala e involucramiento
político.
Entre
los desafíos que la economía actual impone a la iglesia evangélica latinoamericana
están los siguientes: la pobreza, el narcotráfico, el militarismo, la
inseguridad y el medio ambiente. A ellos
debemos dirigir nuestro esfuerzo de reflexión y acción.
La
iglesia evangélica no debe estar en contra de la propiedad privada ni de la
existencia de mercado, pero no puede legitimar bíblicamente un modelo económico
que favorece a los más poderosos. Como
estudiosos de la Biblia
planteamos la necesidad de afirmar la responsabilidad del Estado, como
institución ordenada por Dios, de velar por la dignidad de vida de todos sus
miembros, garantizando la satisfacción del derecho básico a la salud y a la
educación.
Desde
la perspectiva bíblica, los abusos en el campo socioeconómico no sólo afectan
la estabilidad social sino también la relación de toda una nación con
Dios. Tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento aparece con claridad meridiana la advertencia contra el
peligro de las riquezas y la tentación a confundir la abundancia de bienes
materiales con la abundancia de vida y la cantidad de cosas con la calidad de
vida.
Como
bien señalara Gonzalo Báez Camargo, “la doctrina típicamente cristiana sobre la
propiedad no es de la propiedad privada a todo trance, como tampoco es la de
una comunización o colectivización forzosa de la propiedad. La doctrina típica cristiana sobre la
propiedad es la mayordomía”. Gran necesidad es pues, que la iglesia
evangélica latinoamericana sea enseñada acerca de la mayordomía integral de la
vida, y no sólo acerca del diezmo.
Conclusión
La
conclusión de todo lo antes dicho no es ciertamente fácil, ya que aunque se
reconozca que las medidas de ajuste del neoliberalismo han tenido aportes
positivos, estos elementos están lejos de compensar los inmensos desequilibrios
y perturbaciones que causa.
Los
cristianos debemos recordar que las cosas fueron hechas para usarse y las
personas para amarse. Es indigno,
antiético e inmoral amar las cosas y usar a las personas, tal como lo hace el
capitalismo salvaje y la sociedad consumista en la cual la iglesia está
inmersa, y la que en muchas maneras la ha absorbido.
Los
valores que sustenta el neoliberalismo, tales como la libertad y la propiedad
privada, son dignos de apoyarse, pero entendiéndolos no como lo hace el
neoliberalismo, sino como la
Palabra de Dios y la reflexión de ella nos enseña.
Cuando
el hombre está en función de la economía y no la economía en función del
hombre, ya es inmoral. Debemos
considerar y valorar al hombre como Jesús lo hizo. Es decir, por lo que es en sí mismo, no por
su capacidad de compra y venta. Con base
en esto podemos decir que el neoliberalismo a ultranza está radicalmente
opuesto al cristianismo, ya que el libre mercado no conoce la misericordia ni
la gracia. Sin embargo, es bueno decir
que tampoco la teología de la liberación concuerda con el espíritu cristiano,
ya que promueve el odio, la envidia, la mentira, el servilismo al Estado y la
expropiación.
Los
siervos de Dios debemos optar por el Derecho, lo cual nos pondrá en contacto
con la injusticia del mundo. Debemos
estar conscientes de nuestra realidad, no sólo dejarnos llevar por la
exitomanía y entrar al juego de la sociedad de consumo. Si nos caracterizamos por una vocación de
servicio a la justicia y buscamos aprender a hacer una buena utilización de las
leyes de nuestros países, no nos reduciremos a ser tinterillos papeleros y
gestores para cualquier negocio, sino servidores de la justicia y de los más
necesitados. El punto clave e importante
de todo esto es moral: ¡Preferible la libertad aun con pobreza, que la
abundancia mediante el despotismo!
El
consejo de la argentina Adriana Powell es muy pertinente y cierto.
“No
necesitamos rendirnos al capitalismo porque el comunismo haya mostrado su
ineficiencia. El mensaje bíblico los
excede a ambos y puede armonizar las virtudes de uno y de otro. En la persona y el legado de Jesucristo,
responsabilidad personal significa mucho más que trabajar por el propio
interés; y el cuidado de unos por otros es mucho más que un programa social
totalitario”.
Por
último, un desafío más. En un sistema
que no toma en cuenta a las personas, ¡cuánto vale la familia extendida de la
iglesia si sabe vivir su compromiso! ¡Cuánto por hacer, no sólo por los más
pobres, sino por restaurar la dignidad del trabajo y la participación de todos
los seres humanos creados a imagen de Dios!