ORLANDO ENRIQUE COSTAS
(El
hombre que se convirtió tres veces)
Floriano
Ramos Esponda
Teología
en América Latina
SETECA
1997
Lo
único que puede hacerse de Orlando Costas en la actualidad, es leerlo y
aprender de él. Por la voluntad y el
designio divino su peregrinar por este mundo fue relativamente corto: sólo
vivió 45 años. Sin embargo, su vida fue
un constante derramamiento de bendiciones para quienes tuvieron la dicha de
conocerlo, y aún para quienes tenemos la bendición de leerlo.
Como
incipiente teólogo que soy, y debido a mi contexto latinoamericano, he sido
grandemente bendecido, pero más que todo desafiado por la vida y ministerio de
este teólogo, misionólogo y predicador puertorriqueño.
Como
no puede separarse la obra de alguien de su persona, primero veremos algunos
datos biográficos de Orlando E. Costas, y luego su obra, pensamiento y legado.
Datos
biográficos
Orlando
Enrique Costas vio la luz en Ponce, Puerto Rico el 15 de junio de 1942, siendo
el primero y único hijo varón de una familia piadosa de cinco hijos. Habiendo recibido de sus padres una sana
educación cristiana y un sólido ejemplo moral, fue presentado a los 40 días y
bautizado en la Primera Iglesia Metodista de su ciudad natal.
A
los doce años sigue a su padre como inmigrante a los Estados Unidos. Por motivos de trabajo, su padre se instala
en Chicago, mientras él tiene que radicar con unos tíos en Bronx, Nueva
York. La experiencia intercultural y el
ambiente interétnico conflictivo, produjeron un choque psico-cultural que dejaría
cicatrices permanentes en su vida.
Sus
padres se establecieron en Bridgeport, Connecticut, donde él los alcanzó en
1954. Allí estudió junto a sus hermanas,
pero también desarrolló un fuerte sentimiento de vergüenza, desprecio y odio
hacia todo lo que representaba ser hispano.
Su conducta rayó en lo que los sociólogos norteamericanos llaman
“delincuencia juvenil”. Desde el inicio,
y paralelamente a lo anterior, su familia empezó a reunirse en la Misión
Evangélica Hispana. Sin embargo, el
tiempo comprendido entre los doce y los quince años de edad, vio cómo la
conducta del joven Orlando se iba volviendo más y más rebelde.
Los
demás datos de su vida, como estudios, ministerio y pensamiento, se tocarán en
la medida que veamos cada una de sus tres conversiones.
Tres
conversiones
Su
primera conversión fue a Cristo,
cuando lo recibió como su Salvador. Esto
ocurrió en junio de 1957, al asistir a una Cruzada de Billy Graham en el
Madison Square Garden de Nueva York.
Allí comenzó su largo peregrinaje espiritual y su itinerario
teológico. Desde entonces tuvo una
pasión por entender el significado de la fe, su fundamento, meta y misión, así
como la manera más concreta y eficaz de explorarla en su situación vital. En esa experiencia del Madison Square Garden
tuvo que reconocer que la fe no es una herencia familiar recibida de los
padres, ni mucho menos un cúmulo de datos acerca de Jesús aprendido en la
Escuela Dominical.
Su
segunda conversión fue cultural, y
producida por su experiencia en Yauco.
Allí entró en el camino de la liberación social y cultural. Habiendo estudiado en la Academia Bob Jones,
fue confrontado con una subcultura anglosajona racista y triunfalista. Debido al fundamentalismo de tal institución,
se hizo enemigo tanto de los liberales como de los neoevangélicos. Toda esa configuración cultural lo llevó a
que se preguntara si había lugar para un hispanoamericano en ese mundo.
Estudiando
en esa academia descubrió a la América Latina a través del roce con estudiantes
latinoamericanos de esa institución.
Aquella experiencia despertó en él un amor apasionado por las tierras al
sur del Río Bravo y permitió el redescubrimiento de su identidad
latinoamericana escondida. También sus
estudios le dieron una gran pasión evangelística por el pueblo hispanoamericano
y un profundo interés por la predicación expositiva.
Habiéndose
casado con Rosie Feliciano, viajaron a Puerto Rico a celebrar campañas
evangelísticas, y allí sintió la necesidad de tener un vínculo eclesiástico más
grande que el que tenía. Entró a
trabajar con la Convención Bautista de Puerto Rico, pastoreando la Iglesia
Bautista de Yauco, a la vez que estudiaba historia y política latinoamericana
en una universidad de aquel país. Fue
allí donde comenzó a cuestionar la hegemonía política de los EE. UU. en América
Latina y a hacer una ruptura consciente con la cultura anglosajona. Llegó al reconocimiento de que tanto su país
como el resto de América Latina habían sido víctimas de la opresión política y
la explotación económica de los EE. UU.
Sobre todo, llegó a concluir que no era culturalmente un
anglonorteamericano, ni jamás podría serlo, ni quería intentarlo, ya que él
tenía una herencia cultural muy rica que aceptó con orgullo y satisfacción.
Su
ministerio en Milwaukee lo llevó a experimentar su tercera conversión, la cual fue de carácter sociopolítico. Después de su estancia en la Isla de Puerto
Rico, regresó a los Estados Unidos a estudiar en la Trinity Evangelical Divinity School en Deerfield, Illinois, luego
en Garret Theological Seminary en
Evanston y en la Winona Lake School of
Theology en Indiana. Para sostener a
su familia aceptó el pastorado en la Iglesia Evangélica Bautista de Milwaukee,
donde fue llamado por los representantes de la comunidad hispana a ser su
delegado en la Comisión de Desarrollo Social del condado. Allí llegó a la conclusión de que la razón
por la cual la comunidad hispana no estaba recibiendo los beneficios sociales
que le correspondían era su falta de organización política. Así que se involucró en la organización
política de la comunidad, ayudando a formar la Unión Latinoamericana de
Derechos Civiles.
Sin
embargo, su práxis política nunca suplantó su identidad pastoral y
cristiana. Antes bien, lo llevó a
reflexionar críticamente sobre su ministerio y la naturaleza de la misión de la
iglesia, lo que le permitió descubrir el mundo de los pobres y oprimidos como
referencia fundamental del evangelio.
Allí llegó a percibir que el objeto de la misión no era la comunidad de
fe, sino el mundo en su complejidad y concreción, y que una de sus principales
responsabilidades pastorales era movilizar a la iglesia para una práxis
liberadora integral.
Estas
tres conversiones marcaron el rumbo de su vida y su ministerio tanto pastoral,
docente como literario. Su itinerario
teológico es la historia de su peregrinaje espiritual. Se ve reflejada una crisis continua de
identidad y una lucha incansable por dar coherencia a la realidad de pertenecer
a dos mundos prácticamente opuestos.
Producción literaria
Su
producción literaria fue muy vasta, tomando en cuenta lo corta que fue su vida.
Escribió quince libros: tres fueron de temas teológicos; tres de comunicación y
predicación; cuatro sobre misiones, y cinco sobre la evangelización. Contribuyó en veintisiete libros como coautor
o escribiendo cierto (s) capítulo (s) del total. Escribió setenta y ocho artículos, ponencias
o reseñas en diversos órganos de publicación cristiana.
Leer
a Orlando E. Costas es leer teología hecha en el camino, en permanente búsqueda
de coherencia entre la fe y la vida, siempre en guardia contra las respuestas
fáciles, perennemente consciente de los desafíos de la situación histórica.
Su
primer libro, La Iglesia y su misión
evangelizadora (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1971) refleja claramente
su honda preocupación por la misión integral de la Iglesia, que luego
caracterizaría toda su obra. Su último
libro, Evangelización contextual:
fundamentos teológicos y pastorales, (SEBILA, San José, 1986), no por mera
coincidencia, recorre los mismos caminos que el primero. A lo largo de los años no perdió de vista la
misión evangelizadora tanto en su dimensión bíblico-teológica como en su
dimensión histórico-contextual.
Durante
su primer período de servicio en Costa Rica (1970-1974) en que ejerce la
docencia y la decanatura en el Seminario Bíblico Latinoamericano, y funge como
secretario de estudios de Evangelismo a Fondo y luego como director del Centro
Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales, prosigue con la producción
de su fecunda pluma.
Fruto
de esa estancia son Hacia una teología de
la evangelización (Editorial La Aurora, 1973), escrito junto con varios
profesores del SEBILA; ¿Qué significa
evangelizar hoy? (Publicaciones INDEF, San José, 1973), en el cual por
primera vez se plantea preguntas procedentes de la teología de la liberación; Comunicación por medio de la predicación
(Editorial Caribe, Miami, 1973), texto de homilética ampliamente usado en
instituciones teológicas latinoamericanas; El
protestantismo en América Latina (Publicaciones INDEF, San José, 1975),
colección de cinco ensayos del camino escritos entre 1972 y 1974, los cuales
destacan la búsqueda de identidad evangélica en la situación latinoamericana.
Su primer libro publicado en inglés, The Church and Its Mission: A Shattering
Critique from the Third World (Tyndale House Publishers, Wheaton and
Coverdale House Publishers, Londres, 1974), es una reflexión
misionológica. En esta obra, de más de 300 páginas, Costas dialoga con
pensadores norteamericanos, europeos y latinoamericanos, y hace oír su voz
planteando el desafío de encarar la misión desde la perspectiva del Reino de
Dios.
De
1974 a
1976, mientras estudiaba su doctorado en la Universidad Libre de Amsterdam,
Costas escribe su obra de mayor envergadura, a saber: Theology of the Crossroads in Contemporary Latin America (Editions
Rodopi, Amsterdam, 1976). Este es un
meticuloso estudio de una “teología en la encrucijada”: la misionología del
protestantismo histórico en América Latina (representado por ISAL, UNELAM,
CELADEC e iglesias como la Metodista en Bolivia y la Luterana en Brasil).
En
su segundo período en Costa Rica (1976-1980) funge como director del CELEP y es
entonces cuando vive lo que posteriormente considerará una de las épocas más
creativas de su peregrinaje teológico.
Allí escribe Compromiso y Misión
(Editorial Caribe, Miami, 1979), una verdadera joya de la misionología
latinoamericana escrita en lenguaje popular.
Comenzando
la década de los ochenta, Costas regresa a los Estados Unidos con el ánimo de
aportar al entendimiento de la misión desde la minoría hispana en ese país.
Allí ocupó la docencia en el Seminario Teológico Bautista del Este en
Filadelfia (1980-1985) y a la vez publicó en inglés la obra que mejor refleja
ese propósito: Christ Outside the Gate:
Mission Beyond Christendom (Orbis Books, Maryknoll, N.Y., 1982). En 1985 es
nombrado decano y profesor del Seminario Teológico Andover-Newton, y al año
siguiente publica su última obra, concluyendo así una década y media de una
labor teológica sorprendentemente fructífera.
Pensamiento
Habiendo
surgido de un contexto lucha en Puerto Rico y Nueva York, y de una minoría
arrinconada fuera de la ciudad, llegó a escalar peldaño por peldaño hasta
llegar a ser un auténtico líder de las masas oprimidas. El había salido de su pueblo y había
conquistado espacio en el mundo blanco.
Supo moverse en el mundo blanco racista y hacerse de amigos. El supo tomar el poder y ser poder.
Antaño
fue fundamentalista, pero maduró, creció y llegó a ser el auténtico hombre de
Dios que dejó huella. Él mismo dijo:
“Llegué a reconocer que la misión cristiana tenía no sólo dimensiones
personales, espirituales y culturales, sino también sociales, económicas y
políticas”.
Su
misionología fue contextualizada en gran manera. Llegó a decir que “la nueva frontera misional
está en el valle de la miseria y el sufrimiento humano”. En Puerto Rico pudo entender que el Hijo de
Dios no sólo tenía una identidad judía (Jesús de Nazareth) sino puertorriqueña
y latinoamericana (el Cristo de la América morena).
En su artículo “La teología evangélica en el mundo de los dos tercios”,[1] sustenta la tesis de que “aunque los evangélicos alrededor del mundo tienen una herencia común, sus expresiones teológicas no son de ningún modo homogéneas”. “No se puede negar -sigue diciendo- la fuerte influencia y las presiones ejercidas por el ‘evangelicalismo’ euroamericano por medio del movimiento misionero, la literatura, los medios de comunicación social y las instituciones teológicas. A pesar de esta realidad, parece que en el Mundo de los Dos Tercios se está desarrollando una teología que responde a preguntas generalmente ignoradas por los teólogos oficiales evangélicos en Euroamérica, emplea una metodología diferente y llega a conclusiones diferentes”.
El énfasis en el contenido del evangelio y la enseñanza
del texto bíblico más que en cuestiones formales de autoridad y los
presupuestos filosóficos que están por detrás de una doctrina de inspiración
particular está liberando a la teología evangélica en el Mundo de los Dos
Tercios para emplear una hermenéutica contextual que toma como modelo el método
de transposición usado a lo largo de todo el Nuevo Testamento. Esto también explica por qué los evangélicos
en el Mundo de los Dos Tercios están más dispuestos que la mayoría de los
teólogos del Mundo del Un Tercio a luchar con problemas de pluralismo religioso
y opresión social, económica y política.[2]
Costas
termina este artículo con un pensamiento que bien podría aplicarse no sólo a la
teología, sino también a la manera en que él veía la predicación evangélica,
cuando dice.
Sin
embargo, sostengo que la prueba final de cualquier discurso teológico no es su
precisión académica sino su poder transformador. La cuestión es si la teología puede o no
articular la fe de tal modo que no sea sólo sólida intelectualmente sino
también capaz de comunicar la energía espiritual necesaria para lograr que el
pueblo de Dios sea transformado en su camino a la vida y se comprometa con la
misión de Dios en el mundo. Como el
apóstol Pablo recordó a la iglesia de Corinto hace muchos años, “el reino de
Dios no consiste en palabras, sino en poder (1 Co. 4:20).
En
un Mundo como el de los Dos Tercios, donde el pentecostalismo es la parte más
dominante dentro del evangelicalismo latinoamericano, Costas dice lo siguiente
respecto a la vida en el Espíritu, lo cual es más profundo que un simple
emocionalismo superficial y epidérmico.
Él divide la vida en el Espíritu en tres dimensiones: discipulado,
diálogo y discernimiento.[3]
Vivir
en el Espíritu de Cristo en el Mundo de los Dos Tercios hoy en día significa
correr el riesgo de ser perseguido, vejado y asesinado. Ya sea en países como Nepal, donde ser un
creyente confesante lleva a no ser considerado como persona, a no tener
identidad reconocida ni derecho alguno; o en Corea del Sur, Africa del Sur o
América del Sur, donde los líderes cristianos que se han identificado con el
sufrimiento de los miles de personas a quienes se les niegan sus derechos
humanos básicos, han pagado esa actitud con el encarcelamiento, el exilio o
simplemente la muerte. El discipulado en
esas tierras es una empresa difícil, riesgosa y de gran costo.
La
vida en el Espíritu no es sólo un seguimiento costoso sino también un caminar
con actitud de apertura hacia los demás.
Los creyentes han sido liberados para vivir para otros. Esto significa vivir como parte de la
comunidad humana compartiendo sus luchas, temores y anhelos. En una gran medida implica estar abierto al
diálogo con gente de otras tradiciones religiosas.
Sin
embargo, la vida en el Espíritu no sólo involucra un caminar en actitud de
apertura y diálogo con gente de buena voluntad de otras tradiciones religiosas
en cualquier parte, sino que también requiere discernimiento espiritual. En el contexto del diálogo interreligioso
esto significa, por lo menos, que debemos evaluar todas las verdades religiosas
a la luz de la revelación que hemos recibido en Cristo.
Por
último, en lo que respecta a su pensamiento, diremos que su evangelio no era
sectario, ni provinciano, sino del Reino de Dios. Sobre esto escribió.
Si
hubo alguna vez un período de la historia y un espacio planetario en que el
compañerismo fue especialmente necesario se trata seguramente de nuestro tiempo
y lugar. Vivimos en una época en que la
Iglesia cristiana se ha convertido en un microcosmos del mundo, una realidad
multicultural compleja con un potencial enorme para la misión redentora del
Reino de Dios y, sin embargo, parece que somos incapaces de aprovechar esos
recursos.
No
se permiten emprendedores individualistas en la obra del reino. El reino pertenece a Dios y Dios es el
trabajador por excelencia. Cualquiera
que desee hacer una contribución al trabajo del reino debe hacerlo como
compañero de Dios.
La
crisis de la Iglesia contemporánea puede explicarse como una crisis de
aislamiento e individualismo. Nos hemos
convertido en una Iglesia de aventureros solitarios y emprendedores
individualistas donde cada uno hace lo suyo.
Hemos perdido de vista el hecho de que el trabajo no es nuestro en
manera alguna, sino de Dios.
El
éxito en una sociedad de consumo significa muy poco, porque se evapora tan
pronto como surge. Sólo el trabajo que
se hace como compañeros de Dios tiene la posibilidad de permanencia y
continuidad.[4]
Legado
Fue
un personaje tan singular que las personas que lo trataron y ministraron junto
a él, afectados positivamente por su persona y obra, opinan de él lo
siguiente. Plutarco Bonilla dice:
“El
nombre de Orlando Costas siempre estuvo ligado a la predicación y a la
evangelización. Era un gran contador de
chistes. Su calidad humana era
excepcional. Amó la vida y la vivió con
pasión.” Vehemente en sus convicciones,
intransigente ante cualquier atentado contra la integridad del evangelio. De
gran capacidad para infundir ánimo a otros.
De gran sensibilidad pastoral.
Fue insaciable en sus anhelos de superación y perfeccionamiento. Su evangelio no era sectario ni provinciano;
su evangelio era el de Jesucristo y del Reino de Dios. Bonilla resume la personalidad de Costas
como: “Un hombre polémico, pensador insigne, misionólogo destacado, escritor
incansable, conferencista buscado, evangelista de corazón, esposo amoroso y
padre ejemplar”.[5]
Guillermo
Cook opina:
Costas fue un elocuente evangelista, tenor excepcional, excelente
pianista. Fue un activista incansable
que motivó a su congregación en Wisconsin a un programa integral de
evangelización en la que la acción social y la defensa de los derechos de los negros
e hispanos ocupaban un lugar importante.
Fue un teólogo que predicaba y un predicador que teologizaba.[6]
George
Peck añade: “Era visionario, administrador, educador, profesor. Tuvo una legendaria de relación con las
iglesias alrededor del mundo”.[7] Rolando Gutiérrez Cortés lo definió como una
“amistad entrañable y diáfana, siempre generosa y dispuesta a ofrecerse en
favor de los otros”.[8] Costas sentía al mundo su parroquia, y con
coraje indómito luchaba con sentimiento febril porque la mujer fuera tomada en
cuenta en las labores del reino.[9]
El
mayor legado de Orlando Costas, sin duda, fue su labor enfocada en las
poblaciones de latinoamericanos radicados en los Estados Unidos o nacidos
allí. Acerca de esto Luis Cortés
comenta.
Orlando
Costas tenía una gran preocupación pastoral por la segunda y la tercera
generaciones latinoamericanas en los Estados Unidos. En Puerto Rico vivió en una situación
neocolonial; en Milwakee tuvo que encarar el racismo norteamericano; en Costa
Rica, donde trabajó como misionero, tuvo que aprender lo que significa ser
extranjero. Las tres experiencias lo
prepararon para su pastoral al pueblo latinoamericano en los Estados Unidos.
En
los últimos años Orlando dedicó mucho tiempo a forjar “una nueva pastoral para
una nueva generación”. Ingresó al
Seminario Teológico Bautista del Este en Filadelfia, para evangelizar,
discipular y desarrollar a generaciones que están en la periferia de la
realidad histórica de dos culturas, la latina y la anglo-norteamericana.
Orlando
llegó posteriormente al Seminario Teológico Andover-Newton, en
Masachusets. Su visión allí era formar
jóvenes hispanos capaces de producir una teología que interprete el evangelio
para las nuevas generaciones evangélicas y desafíe a las estructuras denominacionales
que controlan mucho del trabajo pastoral de los Estados Unidos.[10]
Muerte
Aún
en su muerte Orlando Costas fue un modelo para quienes lo conocieron y para
quienes lo hemos leído. El diagnóstico
de cáncer le fue comunicado estando él en Jerusalén por causa de un año
sabático dentro de sus labores ministeriales.
En
abril del mismo año de su muerte fue notificado de la fatal enfermedad. Sin embargo, enfrentó ésta como otro proyecto
de la vida. Como león, determinado,
enfrentó la enfermedad y luchó por vivir.
Su anhelo de toda la vida era ser orador en las conferencias de la
Convención de Iglesias Bautistas Americanas, y su sueño se vio realizado cuando
en la última Asamblea Bienal Bautista de tal Convención fue el orador
inaugural.
“El mensaje de la cruz” (la vida y esperanza que se alcanzan por medio del sufrimiento y la muerte), fue el libro que escribió estando consciente de que su propia muerte era un hecho. En él resume su pensamiento, su motivación y su misión.
Orlando Costas hizo este comentario varias veces: “Una cosa es hablar de la muerte, y otra muy diferente enfrentarla como una realidad”. Estando en su lecho de enfermo, Orlando Costas recibió de su amigo Rolando Gutiérrez Cortés el siguiente poema.
LA
CALMA
Dame,
Señor, pureza en cada pensamiento
y
convierte mi mente en fuente de bondad.
Tu
verdad sea mi cielo. Tu Espíritu, mi
aliento.
Tu
palabra, nutriente de mi necesidad.
Tu
santidad sea savia de mi naturaleza
y
sea tu mansedumbre mi espíritu de luz.
Vence
mi torpe trato y tu delicadeza
puede
vencer mi orgullo postrado ante tu cruz.
Concédeme
victoria sobre mi angustia insana.
Dame
la paz bendita que todos puedan ver.
Que
la fuente de vida que de tu herida mana
me
dé el mirar la gloria de un nuevo amanecer.
Con
tu clemencia auxiliar mi paso vacilante
cuando
infirme vacile a mi hermano sostener.
Mantén
mi vista clara con tu visión radiante
y
fiel hasta la muerte, leal te pueda ser.
Y
Orlando Costas lo hizo. Fue fiel a su
Señor hasta la muerte. Partió a las
mansiones celestiales el 5 de noviembre de 1987, pasando sus últimos días en
compañía de su esposa Rosie y de su íntimo y fiel amigo hasta la muerte Henry
Brooks. Finalmente, fue sepultado en el
Cementerio de Milford en Connecticut, ante más de trescientas personas
congregadas allí.
Conclusión
Cuando
se escriba la historia de la misionología evangélica latinoamericana, si algún
día se escribe, dice R. Padilla, el nombre de Orlando E. Costas ocupará el
lugar más prominente, por lo menos en lo que atañe a los años que van desde
1971 hasta 1987.[11] Con su fallecimiento, el
día 5 de noviembre de 1987, la misionología contemporánea perdió uno de sus
grandes valores.
Su
vida fue como una estrella fugaz en el firmamento de la iglesia evangélica
latinoamericana y de los hispanos residentes en el gigante del norte, los
Estados Unidos. Pero su paso dejó una
estela que aún hoy, a diez años de su muerte, sigue siendo eficaz y pertinente.
El
ministerio de Orlando Costas fue de bendición a miles de personas pero
especialmente a un pueblo que no tenía cohesión (y probablemente aún no la
tiene) y que existe al margen de la sociedad en el país más poderoso del
mundo. Ese pueblo da gracias a Dios por
el siervo que no se olvidó de sus hijos.
Digno
ejemplo de imitar es el de Orlando E. Costas.
Los líderes del cristianismo evangélico de hoy debemos estar
completamente comprometidos con el Señor y su Reino, antes que a la
denominación, pero también con la gente a la cual ministramos. Dicha gente está
compuesta no solamente por los de nuestra iglesia local, sino también los de
nuestro país y los de América Latina, y en última instancia los de países en
desarrollo, o como lo diría Orlando E. Costas, los originarios de países del
“Mundo de los Dos Tercios”.
Coincido
con Sergio Franco, cuando dice “si la vida no se mide por longitud sino por su
propósito, la de Orlando E. Costas fue plena”.[12]
[1]Olando E. Costas,La teología
evangélica en el mundo de los dos tercios, Boletín Teológico, Fraternidad
Teológica Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre de 1987. Págs. 201, 202,
213.
[2]Ibid.
[3]Orlando E. Costas, La vida
en el Espíritu, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana,
Año 18, No. 21, 22, Junio de 1986. Págs.
7-24.
[4]Orlando E. Costas, Crezcamos
en el Espíritu, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana,
No. 28, Año 19, Diciembre 1987. Págs.
219-229.
[5]Plutarco Bonilla, ¡Adios,
amigo y compañero!, Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y 21. Julio-Diciembre, 1988. Págs. 4-8.
[6]Guillermo Cook, Orlando
Costas: recuerdo de una hermosa amistad, Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y
21. Julio-Diciembre, 1988. Págs. 20-26.
[7]George Peck, Orlando Costas: en memoria y gratitud, Pastoralia, Año 10, Nm. 20 y 21. Julio-Diciembre, 1988. Págs. 27-31.
[8]Rolando Gutiérrez Cortés, Tributos
a Orlando E. Costas, Boletín Teológico de la Fraternidad Teológica
Latinoamericana, No. 28, Año 19, Diciembre de 1987. Pág. 231.
[9]Ibid.
[10]Luis Costés, Tributos a
Orlando E. Costas, Op. cit. Pág. 233. 234.
[11]C. René Padilla, El legado
de Orlando E. Costas, Editorial de Misión, Marzo de 1988, Vol. 7, No. 1.
Pág. 5.
[12]Sergio Franco, Tributos a
Orlando Costas, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana,
No. 28, Año 19, Diciembre 1987. Pág. 237.
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