La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. (Génesis 4:9-11).
La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra, que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. (Génesis 4:10, 11 LBLA).
Antes de la institución del gobierno y de la iglesia, antes de formar a la nación de Israel, Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza y trató con toda la humanidad de modo directo.
La vida es un regalo de Dios al ser humano, no nos damos vida nosotros mismos. Él es quien la da y quien la quita, y por lo tanto quien la protege y pone restricciones al hombre en cuanto a la vida de los demás seres humanos.
En Génesis 9 Dios nos dice: Y ciertamente pediré cuenta de la sangre de vuestras vidas... Y de todo hombre, del hermano de todo hombre demandaré la vida del hombre. El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo El al hombre. (Génesis 9:5-6 LBLA).
Debido a la semejanza con Dios con la que el hombre fue creado, Dios se hace responsable de llamar a cuenta a todo aquél que derrame la sangre de otro ser humano. Es por esta razón que Dios llamó a cuentas a Caín cuando éste asesinó a su hermano Abel. Es por esta misma razón que, no importando si quienes cometen homicidios o quienes son asesinados profesan o profesaron a Jesucristo como Señor y Salvador, los cristianos evangélicos tenemos que sostener, anunciar y denunciar que sea la delincuencia organizada, sea la clase política, sea el gobierno en cualquiera de sus tres niveles, sea la sociedad civil, todos estamos bajo el escrutinio y juicio de Dios cuando arrebatamos la vida a otro ser humano.
Lo que hemos estado viviendo como nación ya no tiene calificativo, la muerte impera por doquier. No se valora ni dignifica la vida del género humano. Por alcanzar el poder un político mata a otro o manda a matarlo. Por ganar una plaza más para vender droga, un cartel asesina, decapita y cuelga los cuerpos del cartel contrario en puentes peatonales. Por enriquecerse un gobernante defrauda con millones de pesos al pueblo que lo eligió mientras muchos mueren de hambre, frío y enfermedades que podrían ser curadas si ese dinero se hubiese invertido en servicios públicos, olvidando que el buen político está para servir al pueblo, no para servirse del pueblo.
Un día vino uno que no quitó la vida a nadie, sino que puso su vida en rescate por muchos, que no derramó la sangre de otro, sino la suya para perdón de pecados, uno que no conquistó disparando balas, ni esgrimiendo armas, ni con discursos demagógicos, sino lavando los pies, curando las heridas, levantando al caído, alimentando al hambriento, liberando al endemoniando, perdonando pecados.
La humanidad no ha visto antes ni después a alguien que como Él, se haya despojado de sus prerrogativas divinas y, haciéndose hombre, haya tomado la humilde forma de siervo, no de opresor y tirano. Siendo el mayor se hizo como el menor, siendo rico por nosotros se hizo pobre, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos.
El Señor Jesucristo ha sido puesto por el Padre para que, en su segunda venida, juzgue a las naciones con vara de hierro y desmenuce a los gobernantes de este mundo como vasijas de barro. Mientras tanto, a sus seguidores nos toca demostrar y extender su reino y su justicia, pero siguiendo su modelo, no el de los "señores de este mundo", orando como nos dice el apóstol Pablo y denunciando, como lo hizo Juan el Bautista y los profetas del Antiguo Testamento.
FRE