EL ENVÍO EN LOS PROFETAS
Entre el envío que Dios hace a Abram en Génesis 12,
hasta el envío de su ángel “para mostrar las cosas que deben suceder pronto” en
Apocalipsis 22, hay literalmente cientos de ejemplos de Dios como un Dios
enviador. Quizá la ilustración más dramática acerca del envío de Dios en el Antiguo Testamento se halla en Isaías 6.
En este pasaje se puede capturar un vislumbre de la naturaleza enviadora de Dios,
“Entonces escuché la voz del Señor diciendo, ‘¿A quién enviaré, y quién irá
por nosotros?’” A lo cual Isaías responde, “¡Heme aquí! Envíame a mí”
(6:8).
Más tarde, en el libro de Isaías hay un pasaje
fascinante donde el profeta reconoce que el Espíritu de Dios lo ha ungido para “predicar
buenas a los pobres” y que ha sido enviado a “vendar a los quebrantados
de corazón” (61:1). En el pasaje más amplio de Isaías 61:1-3 es interesante notar
que no hay menos de ocho obras o acciones redentoras que proceden de, o son dependientes
del verbo “enviar” o “Él me ha enviado.”
Para enfatizar la centralidad del tema de envío, el
pasaje podría ser traducido de esta manera:
Él me ha enviado, a vendar a los quebrantados de
corazón;
Él me ha enviado para proclamar libertad a los
cautivos,
Él me ha enviado para liberar a los prisioneros de
las tinieblas,
Él me ha enviado para proclamar el año de gracia
del Señor y el día de venganza de nuestro Dios,
Él me ha enviado para consolar a todos los
enlutados;
Él me ha enviado para proveer a los dolientes de
Sión -
Él me ha enviado, ha enviado a darles una corona en
vez de cenizas,
Él me ha enviado, para otorgarles el aceite de gozo
en lugar de luto,
Él me ha enviado, para otorgarles el manto de
alegría en lugar del espíritu angustiado.
(61:1-3).
Si este pasaje te resulta familiar puede ser porque
Jesús lo aplica a su propio ministerio en Lucas 4:18-19 cuando Él reclama ser
la personificación o encarnación de Isaías 61:1-2. En un sentido se convierte
en lo más cercano a una declaración personal de misión para Jesús.
Y tú, ¿tienes una declaración personal de misión? Porque Jesús, de la manera que fue enviado por el Padre a este mundo, así nos envía a todos sus seguidores al mundo a cumplir la missio Dei (misión de Dios).
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