Las disciplinas no son un fin en sí mismas. No están diseñadas para que nos sintamos recompensados si las hacemos, o castigados si no las hacemos. Deben ser dirigidas solamente por la gracia, y no por la ley. Si entendemos adecuadamente la gracia, seremos obedientes: la misma gracia que nos trae la salvación también nos disciplina como creyentes.
Tito
2:11-12 En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos
enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio, (Tito 2:11-12 NVI).
La palabra traducida “enseña” es el vocablo griego paideuo. Viene de la palabra usada para entrenar a un niño, e. d. educar, o por implicación, disciplinar mediante castigo, admonición, y regaño. Todas estas acciones eran administradas en amor, y para el beneficio del niño. Fue usada en Efesios 6:4 cuando Pablo encargó a los padres a criar y educar a sus hijos en la disciplina e instrucción del Señor. “La disciplina incluye toda instrucción, todo regaño (reconvenir) y toda corrección, y todas las circunstancias dirigidas providencialmente en nuestras vidas de tal modo que coadyuven a cultivar un desarrollo espiritual y un carácter santo y piadoso.”
Debido a que por naturaleza somos orientados al desempeño o ejecución, es fácil pensar de las disciplinas espirituales (tiempo devocional, estudio de la Biblia, oración, etc.) como requerimientos legales, más que como productos de la gracia. Esta es la razón por la cual necesitamos mantener en mente los dos soportes o sujetadores de la gracia: la justicia de Cristo, y el poder de Cristo.
• Todas nuestras respuestas a los tratos de Dios con nosotros, y toda nuestra práctica de las disciplinas espirituales deben estar basadas en el conocimiento de que Dios está tratando con nosotros por y con su gracia.
• Todo nuestro esfuerzo por enseñar a vivir piadosamente y a madurar espiritualmente a otros debe estar basado y fundamentando en la gracia de Dios.
Salvación y Disciplina son inseparables
Dios nunca salva a una persona para luego dejarla sola y que continúe en su inmadurez y estilo de vida pecaminoso. A los que salva, los disciplina. Nuestro desarrollo espiritual no es dejado a nuestra iniciativa, ni depende de nuestra propia sabiduría para reconocer en cuáles áreas y en qué dirección necesitamos crecer. Más bien, es Dios mismo quien inicia y supervisa nuestro desarrollo espiritual. Esto no significa ni quiere decir que no tenemos responsabilidad en responder al entrenamiento y desarrollo espiritual de Dios en nuestras vidas, sino más bien es decir que Él es el único que está a cargo de nuestro entrenamiento.
Dios usa a pastores y cristianos maduros como sus agentes o medios para desarrollar a los cristianos nuevos, y Él usará medios tales como su Palabra y las circunstancias para disciplinarnos. Pero Él es el último responsable. Si no estamos creciendo, si no hay diferencia en nuestras vidas antes y después de la salvación, entonces hay motivo para estar preocupados. Si no somos disciplinados, entonces no somos hijos legítimos, sino bastardos (Hebreos 12:8). Debemos examinarnos y probarnos a nosotros mismos si realmente permanecemos en la fe (2a Corintios 13:5), no vaya a ser que hayamos hecho una profesión de fe vacía. Nuestra profesión de fe sola no nos salvará. Por lo tanto, debemos con anhelo y apremio afirmar nuestro llamado y elección.
Así que, hermanos, sed tanto más diligentes para hacer firme vuestro llamado y elección de parte de Dios; porque mientras hagáis estas cosas nunca tropezaréis; (2 Pedro 1:10 LBLA).
Debe haber evidencia de nuestra fe, pero la evidencia sola, es decir, nuestra obediencia, tampoco nos salva. Solamente la fe en Cristo puede salvarnos. Pero si nuestra fe es salvífica y genuina, deberá mostrar evidencias. Como dijo Lutero: “Somos salvos sólo por la fe, pero la fe que salva nunca está sola.”
Una breve definición de fe salvífica:
• Confiar sólo en Cristo como nuestro salvador sin añadir nada de nuestra propia piedad o bondad.
• Morir al reinado del pecado en nuestras vidas a través de nuestra unión con Jesucristo.
• Ver la gracia de Dios funcionando en nosotros para disciplinarnos y entrenarnos de tal modo que crezcamos.
“La disciplina de Dios en nuestras vidas y, de parte nuestra el deseo de crecer, aunque sea débil y casi imperceptible, es el resultado inevitable de recibir de Dios el don de la salvación por fe.”
La Gracia nos enseña a decir No
La gracia se evidencia a sí misma en maneras tanto positivas como negativas. No solamente hacemos lo que es correcto, sino que dejamos de hacer lo que es incorrecto. La gracia primero nos enseña a decir no a las pasiones impías y mundanas. En su sentido amplio, la impiedad significa no tener conciencia de Dios, ignorarlo o no tomarlo en cuenta en nuestra vida. Una persona puede ser altamente moral, aun benevolente, y permanecer siendo impía. La gracia nos enseña a renunciar a esta actitud impía e indigna de Dios.
La gracia nos enseña a decir no a las pasiones mundanas. No debemos tener deseos desordenados por, y preocupación con, las cosas de esta vida terrenal: posesiones, prestigio, placeres, y poder. Estas cosas no deben dirigirnos ni motivarnos.
Morimos al dominio del pecado en nuestras vidas, y por lo tanto hacemos morir los delitos y transgresiones de la carne (Romanos
8:13). Nos abstenemos de los deseos pecaminosos que batallan contra nuestra alma (1a Pedro
2:11).
La Gracia nos enseña a decir Sí
El pecado innato que permanece en nosotros tiene una persistente inclinación hacia las pasiones mundanas y necesita el constante freno de negarle la gratificación que busca. Pero no podemos dejar un vacío simplemente dejando lo malo. Debemos reemplazarlo con lo que es bueno. Y de ese modo nos desvestimos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo hombre (Efesios 4:22-24; Colosenses 3:9-10). Es como usar un par de tijeras. Una navaja no puede cortar por sí misma. Ambas navajas deben estar unidas en el pivote y funcionar en conjunción con la otra para ser efectivas.
La gracia nos enseña a “vivir vidas auto-controladas, honestas, y piadosas en esta edad presente” (Tito
2:12). Esto se refiere a acciones respecto a nosotros mismos, hacia otros, y hacia Dios. Debemos ejercitar control y practicar la bondad. Debemos tratar a otros como nos gustaría que nos tratarán. (Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque eso nos enseña la Biblia. (Mateo 7:12 TLA). Y debemos considerar ( tomar en cuenta) la gloria de Dios y su voluntad en cada aspecto de nuestras vidas, haciendo todo con reverencia y amor por Él. No debemos dar la oportunidad de que el nombre de Dios sea blasfemado entre los no creyentes. (Romanos
2:24; Tito 2:5,8), preservando así la integridad y reputación de la iglesia. Esto no puede ser hecho por nuestra firmeza de carácter o por nuestra fuerza de voluntad. Nos falta la habilidad en nosotros mismos para ser obedientes. Es por su gracia, no por la culpa y carga de la ley, que somos disciplinados. Debemos aprender a depender de Cristo diariamente para nuestra aceptación y para nuestro poder.